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Acrocinus longimanus. Ilustracion Ignacio Mesa

Los nombres científicos

Giovany Valencia-Cortes

 

Con seguridad algunos de ustedes se habrán topado con nombres latinizados y en formato cursivo en muchas de sus lecturas, por lo general luego del nombre común de alguna especie. Pues bien, éstos son los nombres científicos y son utilizados para denotar todo tipo de organismos y diferenciarlos de otros.

Desde la antigüedad el hombre ha querido conocer, diferenciar y clasificar todos los organismos que lo rodean. Muestra de esta voluntad humana de conocimiento son una vasta variedad de escritos cargados de conocimientos precisos sobre zoología, botánica y mineralogía  entre los que podemos mencionar, como ejemplo, los publicados por Aristóteles, allá en el siglo IV a.C en los que se catalogaban gran cantidad de especies de flora y fauna. Sin embargo, uno de los inconvenientes que presentaban la escritura y la lectura de estas obras era lo extenso que resultaba el nombre que tomaba cada especie. 

Es por eso que en la segunda mitad del siglo XVIII el biólogo Suizo Carl von Linneo público su obra Systema Naturae, en la cual clasificaba, categorizaba y daba nombres a cientos de plantas y animales además de dar instrucciones para el nombramiento de nuevos organismos. El principal aporte de esta obra fue la sintetización del nombre para cada especie, la cual se denominó sistema binomial; a cada organismo se otorgó un nombre dividido en dos partes, la primera se denominó Epíteto Genérico y era compartida por otros organismos estrechamente emparentados y la segunda parte el Epíteto especifico, que como su nombre lo indica era único para cada especie.

El epíteto genérico debe tener la forma de un sustantivo en latín con género definido, es decir, masculino o femenino, y se escribe con mayúscula; en tanto el epíteto específico debe ser un adjetivo en latín, y por lo general denota una particularidad de la especie, también puede hacer referencia a la localidad donde se encuentra o estar dedicado a alguna persona. Cabe aclarar que aunque la mayoría de los términos utilizados suelen ser en latín, también se utilizan palabras en griego clásico o se pueden crear palabras nuevas o utilizar nombres propios latinizándolos. Los nombres genéricos siempre se escriben en cursiva.

Pero ¿para qué es necesaria la utilización de este tipo de lenguaje y además escrito en una lengua muerta? Tomemos como ejemplo “la garcita del ganado” y las múltiples voces en las que puede ser nombrada: en español “garcilla bueyera”, “garcita del ganado”, “garza ganadera”;  en inglés “cattle egret”, “cow heron”; en árabe “abu qerdan”; en francés “gardeboeuf d'Afrique” o en japonés “amasagi”. Así, no es difícil imaginar la confusión a la que se puede llegar si personas de distintos lugares y lenguas pretendieran entablar una conversación utilizando los nombres comunes.

Por el contrario, utilizar los nombres científicos evita confusiones y ambigüedades con otras especies de características similares. En este caso particular, el nombre científico del ave a la que nos estamos refiriendo es Bubulcus ibis. Los nombres científicos, en latín y griego, construyen un lenguaje universal y estandarizado que permite encaminar las discusiones y estudios realizados por la comunidad científica más allá de las fronteras de las diferentes lenguas.

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